Al iniciarse el año de 1911 entré como aprendiz de sastrería en la ciudad de Pereira, cabecera de la entonces provincia de Robledo. En tal año asistí a una reunión de obreros y artesanos que tuvo lugar en un taller de carpintería, para conmemorar –por primera vez en Pereira– el primero de Mayo, como día mundial de los trabajadores. Daba yo el primer paso del campo liberal tradicionalista al frente de clase del proletariado. Leía ya autores socialistas franceses e italianos y algunos ensayos de argentinos y chilenos, que por lo menos expresaban interés
por los problemas sociales. Discutía con los muchachos inconformes de mi generación y, con sobrada temeridad, escribía en los pequeños periódicos del lugar. Desde entonces empecé a participar en actividades obreras.
Conocí la conferencia dictada por el general Uribe Uribe en el Teatro Municipal de Bogotá en 1.904, sobre Socialismo de Estado (que daba informaciones interesantes sobre el movimiento obrero en Europa), y diversas páginas escritas por el Dr. Murillo Toro a mediados del siglo XIX, en controversia con los elementos retrógrados que se oponían en esa época al progreso económico, social y político del pueblo colombiano.
En 1914 me impresionó profundamente el asesinato vil del líder socialista francés Jean Jaurés, y cuando estalló, en aquel año, la primera guerra imperialista mundial, me sentí afiliado al pacifismo yoreísta. Es decir, a un socialismo utópico, un socialismo sin salida revolucionaria de las masas, sin perspectiva en el plano del sistema capitalista en crisis. Pero de todos modos, el socialismo que yo empezaba a conocer.
El 15 de Octubre de 1.916 fundé y dirigí en la ciudad de Pereira, el periódico liberal-populista de tendencia obrera llamado El martillo en el cual, ayudado por escritores de izquierda libré recias campañas a favor del pueblo; sostuve mi posición pacifista frente a la guerra, y en todo momento clamé por la beligerancia de las masas en los problemas nacionales.
Al evocar el recuerdo del periódico El martillo, me considero obligado a mencionar los nombres de las personas que conmigo estuvieron más vinculadas a él: Benjamín Tejada Córdoba, pedagogo, escritor, miembro de la Academia de Historia de Antioquia; Antonio Uribe Piedrahita, ingeniero; Juan B. Gutiérrez, médico; Alonso Restrepo, ingeniero; Antonio Isaza Palacio, carpintero y ebanista, hombre culto y escritor activo; Juan Bolívar, obrero sastre; Ricardo Sánchez, fotógrafo.
El martillo publicó la primera producción de Luis Tejada, el magnífico cronista nacional que fue de los primeros divulgadores del comunismo en Colombia y el más fino aunque muy necrólogo de Lenin, precisamente con motivo de la muerte del pensador uruguayo José Enrique Rodó y por mucha insistencia mía que fui su amigo como sigo siéndolo aún de su familia.
El martillo fue rudamente hostilizado por los gamonales de Pereira en aquella época, al punto de verme obligado a suspenderlo en 1.917 para emigrar hacia tierras del Cauca. Al final de tal año conocí, alborozadamente, las noticias de la gran Revolución victoriosa del pueblo ruso. Sin embargo, una información que me pudiera dar el panorama real de aquella batalla decisiva de la Historia, no la podría obtener sino en la marcha del tiempo. Con todo, desde aquel momento fui un partidario sin vacilaciones del camino ruso-soviético de la Humanidad.
En 1.918, unido a un grupo de personas radicalizadas al impulso de los acontecimientos mundiales, participé en la organización de un llamado Directorio Socialista del Cauca, con sede en Popayán. Este comando que obedecía más al descontento popular, que a la existencia de un movimiento revolucionario en marcha, pretendía hacerse fuerte en el litoral Pacífico, con miras a unirse con los focos similares que agitaban a las masas en el interior del país y en las costas del Atlántico. Claro que las personas que llevaban entonces la divisa de socialistas en el Cauca, no componían propiamente un colectivo proletario. Allí estaban Francisco José Valencia, radical-socialista de principios e influencias franceses; Esteban Rodríguez Triana, estrictamente radical, y diversos profesionales, pequeños empresarios, artesanos y obreros de pequeños
talleres. Pero este Directorio –que llegó a tener 260 afiliados inscritos en 1.919– fundó el periódico semanal La ola roja, cuya principal tarea consistía en popularizar el sistema soviético que, según nuestra expresión habitual, venía de las estepas rusas como una ola sobre el mundo.
En aquellos años de 1918 y 1919, leí por primera vez a Carlos Marx en El capital que abrevió Deville, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Federico Engels, y diversas obras de autores también notables, gracias a mi amistad con el maestro del verso, Guillermo Valencia, cuya espléndida biblioteca me surtía de selectas lecturas.
Desde 1913 existía en Bogotá una organización que simbólicamente usaba una denominación obrera nacional. Dicha organización se había hecho filial de la Federación americana del trabajo, y en 1919 nos consultó a Popayán sobre la conveniencia
de enviar un delegado de su seno a un llamado Congreso panamericano que debía tener lugar en la ciudad estadounidense de Texas. Nosotros hicimos algunas objeciones a dicho primer acto internacional de divisa obrera colombiana, debido a que aquella entidad que convocaba el Congreso no era amiga del Régimen Soviético instaurado por el pueblo ruso. Sin embargo, admitimos el envío del delegado –que lo
fue un señor Albarracín de Bogotá–, considerando que su presencia en Texas nos podría iniciar relaciones proletarias de carácter internacional.
En 1.919 y 20 escribí y publiqué, bajo seudónimo dos folletos de agitación de ideas: Prosas Libres y Gritos de Rebelión.
Mi posición en la serie de huelgas, manifestaciones, actos protestativos de las masas –incluso campesinas– que vivió el país en la crisis de la primera post-guerra; mis escritos, discursos y sobre todo mi papel de organizador y dirigente de huelgas en la industria del carbón y en los transportes ferroviarios del occidente colombiano, me dieron cierta notoriedad en la ciudad de Cali.
En 1922 viajé de incógnito a Guayaquil, Ecuador, por insinuación de un grupo de cooperativistas llamado Solidarismo, con cuyas luces ayudé a organizar algunas cooperativas en 1925, en Cali y en Medellín una en 1927.
En 1923 me radiqué en Cali, y por el término de cuatro años participé en la organización de varios sindicatos, y en la preparación y dirección de diferentes huelgas. En 1924 pertenecí a la redacción del periódico semanal El obrero del Valle, y al mismo tiempo dirigía un centro comunista clandestino fundado en aquella región, que luego entró en relaciones con centros similares que nacían en Medellín, Cartagena, Ciénaga, Santa Marta y otros lugares.
Estos embriones de comunismo que tenían más un carácter de información teórica, estaban centralizados en Bogotá, en donde un grupo de revolucionarios encabezados por Tomás Uribe Márquez, Pepe
Olózaga, Silvestre Zawisky y no pocos obreros y estudiantes influenciados por los Soviets, empezaba a difundir las primeras ideas.
En 1.925 asistí a un Congreso obrero nacional del cual se me hizo presidente. Allí sostuve la necesidad de vertebrar el movimiento proletario que se desarrollaba en el país, creando un organismo independiente de dirección centralizada y naturalmente definiendo por completo su orientación clasista.
Sobra decir que había diferentes tendencias en aquel Congreso; pero encima de ellas estaba el interés unánime de crear los vínculos de la unidad de los trabajadores colombianos. Como es obvio, los dirigentes de las tendencias nos hicimos concesiones, y llegamos a la conclusión de fundar la Confederación obrera nacional (La con), de la cual se me eligió primer Secretario general. La con, tendría sede rotaria de congreso a congreso entre las capitales de los departamentos que adquirieran mayor impulso en la organización y la lucha de las masas. La con, a solicitud mía, pidió su adhesión a la Internacional sindical roja, que tenía su sede en Moscú, liquidando de hecho la afiliación que la organización de Bogotá tenía en la Federación americana del trabajo, instrumento ya muy evidente de la política del imperialismo yanqui en este continente.
Obstruido por la reacción (que lo sitió por carecer de imprenta) el periódico El obrero del Valle, el movimiento proletario que con otros revolucionarios dirigía yo en Cali, Los iguales –grupo pro-marxista creado en 1.923– creó una sociedad tipográfica, adquirió una modesta empresa editora, y pudo así sacar a la luz el semanario de combate La humanidad, utilizando el nombre de L´humanité, órgano central de publicidad del Partido Comunista Francés, fundado por Jean Jaurés en los mejores tiempos del socialismo en Europa. Este semanario lo dirigí hasta 1.928.
Vinculado estrechamente con los más activos agitadores, propagandistas, organizadores y dirigentes del movimiento popular en Colombia, principalmente con la extraordinaria agitadora de la inconformidad proletaria, María Cano; con el insuperable saturador de la mística revolucionaria, Tomás Uribe Márquez, actúe con decisión y energía en casi todas las acciones importantes del pueblo trabajador, en un período caracterizado por grandes acciones de masa en el país.
En 1.926 –como Secretario de La con– estuve en Panamá, informándome discretamente de algunos problemas. A raíz de este viaje, y con la ayuda del líder estudiantil cubano, Julio Antonio Mella y del marinero Boliviano, José González Arce (que estuvo en Colombia), contribuí a organizar la Sección colombiana de la Liga mundial anti-imperialista, de la cual fui su dirigente.
En 1.926, cuando nos movíamos dentro de una curva ascendente y la fuerza de los hechos nos situaban frente a situaciones difíciles, reunimos un nuevo Congreso obrero nacional el cual presidí en Bogotá, donde además de las representaciones directas de los organismos de masa y de clase, tenía en su seno, con carácter de invitados especiales, a claros exponentes de todas las fisonomías de izquierda, incluso de antiguos militares liberales que se sentían atraídos por el oleaje del pueblo.
Presidí también este Congreso que realmente era una convención
nacional-revolucionaria del pueblo, desde luego insuficientemente preparada y confusamente dirigida.
En dicho Congreso, como era lógico, se revelaron diferentes tendencias, que no eran ya las mismas que operaron en 1.925: radical-socialista,
anarco-sindicalista, pro-soviética y puramente liberal- obrerista. Aquí se trataba de tendencias para nosotros nuevas, en lo general. Estas tendencias que pugnaban por imprimirle fisonomía al Congreso –o quizás más exactamente– sus puntos de vista a las delegaciones, tenían no obstante una idea común: la de crear un partido político del pueblo. Un hecho interesante que debe ser subrayado, es que no existía en ninguna delegación ni dirigente el espíritu electorero, y por consiguiente se podía discutir, incluso para caer en errores, en la más absoluta seguridad de honestidad y buena fe.
Yo, personalmente, me inclinaba a la fundación de un partido comunista en Colombia. Pero vacilaba por temor de vernos reducidos numéricamente. Expresé, en círculos de amigos, la posibilidad de que adoptáramos el nombre de Partido Obrero. Pero un grupo compuesto por delegados principalmente de Bogotá, que no tenía la vocería de ninguna organización de empresa grande, de ningún sector fundamental
del pueblo trabajador de las ciudades o del campo, insistió con tal violencia sobre la idea de crear el partido comunista conforme a las normas de la Tercera Internacional, que me hizo desechar, por el momento, el honor de usar ostentosamente la divisa comunista. Y, por consiguiente, la importancia de acogernos a un nombre de transición, que no podía, en ese instante, ser otro que aquel que recogiera el pensamiento socialista que flotaba en el país desde hacía varios años, y el revolucionario que impulsaba las acciones crecientes de las masas.
Y fue así como nació –por iniciativa de Francisco de Heredia– el Partido socialista revolucionario (PSR), de cuyo secretariado hice parte. No voy a juzgar aquí sino únicamente a decir que yo propuse su adhesión a la Internacional Comunista, adhesión que aceptó el Congreso Mundial de 1.928, previas importantes recomendaciones, como aceptó en condiciones semejantes un partido socialista del Ecuador, y varias otras organizaciones partidistas de países coloniales y semi-coloniales agitados por la crisis general del sistema capitalista y por sus propios problemas.
En 1927 estábamos abocados a una implacable reacción. Había pasado la segunda huelga desastrosa de los campos petroleros de Barrancabermeja, hecho que inevitablemente tenía que contrarrestar en el panorama nacional, en mucha parte, los nuevos éxitos obtenidos en varios frentes de la lucha, sobre todo entre los ferroviarios que acababan de ganar una espléndida victoria en las líneas del Pacífico.
Acababa de cumplir mis primeras prisiones, iniciadas en Tunja y continuadas luego en Cali y Manizales; María Cano, Tomás Uribe Márquez y otros destacados dirigentes del pueblo habían sido sacados, mano-militar, del departamento de Boyacá; el caudillo anarco-socialista, entonces popular en el país y muy prestigioso a lo largo del río Magdalena y sobre todo en las petroleras, Raúl Eduardo Mahecha, estaba en la cárcel junto con un grupo de sus colaboradores. En esta situación que se agudizaba más a cada día, creció y llegó a predominar en los cuadros de dirección del socialismo revolucionario, la tendencia insurreccional que no veía otra salida que no fuera la de un levantamiento en armas.
Tal era, a grandes rasgos trazado, el panorama del medio en que vivíamos en el citado año de 1.927, cuando se reunió, en la entonces población de La dorada, la primera Convención del socialismo revolucionario (PSR), con el propósito de lanzar un programa de partido, y también para elegir una delegación fraternal del pueblo trabajador colombiano para que asistiera a la celebración del décimo aniversario de la Gran revolución soviética triunfante que debía realizarse en Moscú en los días 7 y 8 de Noviembre. Esta Convención se instaló bajo la dirección de un presidium, destacándose en él Tomás Uribe Márquez quien había sido su principal organizador, y que era al mismo tiempo el adalid de la tendencia insurreccional del socialismo.
La primera vez que yo intervine en la citada Convención, para plantear un vasto problema de campesinos- colonos que sufrían la coyunda de una oligarquía latifundista denominada Sociedad de Burila con sede a la sazón en Manizales y cuya figura principal, Dr. Daniel Gutiérrez y Arango, era nada menos que gobernador en el departamento de Caldas, fuimos asaltados, de noche, por fuerzas de policía (previa y sigilosamente concentradas en la región por el gobierno nacional) y los convencionistas conducidos en masa a una inmunda prisión, sin el menor respeto y consideración siquiera para María Cano que procedía de un hogar eminentísimo de Antioquia, y que con méritos sobresalientes representaba a la mujer colombiana en el movimiento de liberación.
Sin embargo, el socialismo revolucionario tenía todavía el prestigio de su fuerza, y gracias a ese prestigio y con la intervención de parlamentarios de izquierda (estaba entonces reunido el Parlamento), obtuvimos la libertad en el curso de una semana. Y, de todas maneras, parte elaboradas en la cárcel y parte fuera de ella, la Convención adoptó las siguientes principales decisiones: 1) la creación de una
Comisión conspirativa central que organizara cooperación con los militares revolucionarios liberales, el levantamiento en armas proyectado, bajo la responsabilidad política de Tomás Uribe Márquez.
2) la Comisión que redactara un proyecto de programa del partido, de la cual se me hizo responsable.
3) la elección de un Comité central ejecutivo del socialismo con atribuciones, entre otras, de designar la delegación a Moscú.
De paso, doy aquí algunos de los nombres de jefes liberales que intervenían en la tendencia insurreccional del Partido Socialista Revolucionario: general Cuberos Niño, por los Santanderes; general Salazar, por Cundinamarca; general Socarrás, por el Magdalena y varios generales del Tolima, de los cuales trasladamos al departamento de Antioquia a uno de apellido Trujillo, muy vinculado con amigos de armas a lo largo del río Magdalena, principalmente en Honda, La dorada, Barrancabermeja y Puerto Wilches. En Santa Marta y Barranquilla, así como en Pasto, Neiva y otros centros de importancia, existían comandos militares que obedecían a Bogotá y sobre todo al general Cuberos Niños.
El Comité Central Ejecutivo que eligió la Convención de La dorada, encontró serias dificultades en sus labores, por falta de personas, sino preparadas a las menos relativamente entrenadas en la lucha.
Además, porque fue rápidamente desintegrado por la prisión de algunos de sus miembros. No obstante, en sus primeros días de trabajo, acogió un anteproyecto de programa que yo elaboré, dándole un carácter esencial de material de agitación y que luego fue publicado sin una necesaria discusión, entiendo que no por la dirección sino por la persona encargada de la propaganda (y digo esto porque a la sazón me hallaba nuevamente en la prisión). El Comité central, designó asimismo la delegación fraternal a Moscú, siendo de anotar aquí que no hubo entonces ningún espíritu de turismo en las personas que dirigíamos el movimiento, y por consiguiente ninguna candidatura postulada en miembros destacados de la dirección nacional.
Poco después de pasada la Convención de La dorada, el movimiento de masas en Colombia, La con, el PSR y la red conspiradora, pasó a ser dirigido por «hombres de confianza», no solamente a causa de que la reacción desintegraba y destruía los colectivos dirigentes, sino –y principalmente– porque la tendencia insurreccional había absorbido para sí todas las funciones de comando que no ejercía sino por medio de «sus hombres». A este propósito, debo señalar un fenómeno lógico que consistía en el hecho de que, mientras los «conocidos agitadores» de las masas estábamos de ordinario en las cárceles, los presuntos golpistas se podían mover en el país envueltos en sus capas de «personas de orden», a veces rodeados de garantías, y naturalmente aligerados en el estilo del trabajo clandestino.
Desde 1.926 hasta mediados de 1.929, estuve yo habitando, la mayoría del tiempo, diferentes prisiones. Esta situación explica que muchos actos, cambios y modificaciones que se operaron en la dirección central, sobre todo a partir de 1.927, fueran para mí conocidos a mucho tiempo después y a veces sólo de manera fragmentaria. Por ejemplo: tanto el PSR como La con enviaron delegados a congresos internacionales que tuvieron lugar en Moscú durante el año de 1.928, sin que yo tuviera de ello el menor conocimiento previo.
Por aquel tiempo no se me permitió volver a Cali en donde yo tenía mi base principal de trabajo, e incluso mi familia. Intenté llegarme por la vía del Quindío y fui detenido en Armenia y luego amarrado y conducido por un pelotón de fuerza armada a través de Zarzal, Cartago y Pereira a la cárcel de Manizales. Esta detención en Armenia fue utilizada por la policía para detener en el mismo día y noche a 117 trabajadores acusados de tener conexiones conmigo. A pesar de todo, en los pequeños intervalos de libertad, viajaba a zonas de actividad, y fue así como estuve en asocio de María Cano y otros dirigentes, en diferentes lugares de Santander, el río Magdalena y los tres departamentos del Atlántico.
Y debo subrayar aquí, que la fuerza política principal que movilizaba al pueblo por la senda revolucionaria, era la propaganda que hacíamos al sistema soviético instaurado por los trabajadores rusos en su país.
A fines de 1928 preparábamos la huelga de los trabajadores de la Zona Bananera, que sabíamos sería un acontecimiento nacional, no sólo por su carácter anti-imperialista sino porque, dada la situación del momento, conmovería profundamente el frente revolucionario del pueblo colombiano. Esta huelga, según algunos dirigentes, debía coincidir y más aún, servir de fondo, de factor de impulso y extensión al movimiento popular por la toma del poder, hecho que suponíamos podría verificarse en 1929. Naturalmente, estos esquemas en mucho artificiales, se veían contrariados por hechos que demostraban, entre otras cosas, el caos que crecía en los comandos centrales. En algunas partes los caudillos liberales menores se adelantaban en acciones descabelladas, inspiradas únicamente en el interés de sobresalir en la escena insurreccional; en otras eran los líderes de masas, celosos de perder sus posiciones directivas los que jugaban a la aventura.
La huelga de la Zona Bananera fue una gran batalla precipitada por Mahecha contra expresas directivas que había recibido: 1) para organizar en comités seccionales de lucha a la mayoría de los trabajadores que estaba desorganizada. 2) para crear un fondo de resistencia que no existía. 3) para fortalecer la dirección central en la región. 4) para coordinar la solidaridad en el país.
Yo estaba en Bogotá rindiendo un informe sobre la situación en las bananeras, cuando leí, extraordinariamente sorprendido, el estallido de la huelga. Me trasladé a Medellín y allí, en asocio de María Cano y los dirigentes departamentales, traté de influir en la opinión popular y en las organizaciones proletarias, actos de solidaridad. Luego del fracaso pasé a ocupar una celda de la prisión, igual que muchos camaradas medellinenses, entre los cuales estaba también María Cano.
Seis meses después de la histórica huelga obtuve libertad provisional y secretamente me trasladé a la Zona Bananera con instrucciones de reconstruir las organizaciones proletarias en condiciones clandestinas y por todos los medios alentar a la masa. Pero la situación era medrosa. El terror de las fuerzas armadas puestas al servicio de la United Fruit
Company, me obligaba a moverme bajo la sombra de la noche y de las plantaciones, y cuando viajé ocultamente a Santa Marta para conectar allí la dirección del trabajo, fui delatado y con gran despliegue de fuerza hecho prisionero.
Sin embargo, desde el primer día de calabozo (como me había sucedido en los todas las cárceles) pude servirme de algunos guardianes y policías para establecer comunicación con los camaradas libres.
Y como aquella prisión podría acarrearme una condena más o menos larga, convinimos en sostener que yo iba con el propósito de tomar un barco para trasladarme a Panamá. (Realmente, nos pareció el medio más eficaz de volver al país, entrando por Buenaventura para actuar en mi base de Cali). El propio comandante de la policía departamental me gestionó los papeles de emigración. Y, después de unos días, con escolta dirigida por el mismo comandante, al filo de la media noche del 25 de agosto de 1929, subí al puente de una nave. Esta nave no tocó en ningún puerto del continente. Luego de mucho investigar, supe que mi pasaporte lo llevaba el capitán y que, por haberse negado a visarlo el cónsul panameño y con él todos los representantes de los países centroamericanos residentes en Santa Marta, el encargado de negocios de Holanda lo había visado. Más tarde he sabido que todo este hilo lo manejó un personaje de apellido Páramo que obraba por cuenta de la United Fruit Company, como supe en alta mar que viajaba en una embarcación frutera perteneciente a esa poderosa compañía.
Después de 24 días de navegación llegué a Holanda. Y muy a pesar de que viajaba sin ninguna credencial, me dirigí a Berlín, donde tenía su sede la Liga mundial antiimperialista. Obraba lógicamente, puesto que desde 1925, en contacto con el líder estudiantil cubano Julio Antonio Mella, y gracias a la colaboración de un emigrado boliviano de apellidos
Gonzáles Arce, había dirigido, desde Cali, la organización de la Liga anti-imperialista de Colombia como una sección de la Liga mundial. Y como nuestra labor en ese frente tuvo alguna repercusión, era razonable que podría identificarme en la suprema dirección.
Una vez en Berlín, supe que la Internacional sindical roja, en su Congreso de 1928, luego de reconocer a La con como su sección, me había elegido miembro de su Comité ejecutivo mundial –de su Presidium– y que, precisamente, en diciembre de 1929 dicho Comité celebraría una reunión especial.
Entré, era obvio, en contacto con Moscú, y fue así que pude contestar a lista el 15 de diciembre en el Palacio del Trabajo, a orillas del río Moscova.
Ignacio Torres Giraldo